Una costumbre muy de moda, sobre todo entre quienes tienen el hábito de dejar su opinión en las redes sociales -ya sea a través de comentarios o haciendo posteos espontáneos- es rematar la frase con la palabra “fin” (varios políticos abusan de este recurso). “Fin de la discusión” sería… algo así como considerar que lo que acaba de decirse constituye una suerte de alegato perfecto, irrefutable, que echa por tierra cualquier cuestionamiento.
“Fin”, entonces, equivale a clausurar toda posibilidad de diálogo. No ha lugar. Ni más ni menos que la manifiesta cancelación -por usar otra palabra de moda- del que opina diferente. Qué peligro, ¿no? Cuánta seguridad, cuánta arrogancia y… cuánto miedo, quizás.
Derivaciones negativas
Definitivamente no es algo ingenuo, no es sólo una manera “canchera” de ser vehemente. Y el problema es que se trata de un estilo que muchos también llevan a los vínculos afectivos. Lo que tiene derivaciones muy negativas para la relación (sobre todo cuando se trata de una pareja).
Un “fin” que no siempre se expresa así, desde luego, pero que tiene otras maneras: el silencio, la falta de escucha, la descalificación, el no registro del otro. Lo opuesto al respeto, al cuidado, al cariño… al amor, en suma.
Prejuicios
Gordon W. Allport, estadounidense, figura clave de la psicología como ciencia y uno de los pioneros en el estudio de la personalidad, es autor de “La naturaleza del prejuicio”. Libro clásico de la psicología social que no ha perdido vigencia y que viene a cuento de tantos “fin” que hoy circulan hasta con orgullo.
Dice Allport: “El prejuicio es una antipatía que se apoya en una generalización imperfecta e inflexible y que se diferencia del juicio previo porque, en este último, la persona es capaz de rectificar sus juicios erróneos a la luz de nuevos datos, es decir, es reversible bajo la acción de conocimientos nuevos. Un prejuicio, en cambio, se resiste activamente a toda evidencia que pueda perturbarlo”.